Partimos de la constatación de:
– cómo se deteriora la sanidad en general y la atención primaria en particular;
– de liderar el índice de contagios a nivel europeo y estar de los primeros a nivel mundial
Esta es una situación que viene de lejos, que empezó con las fundaciones y otras formas de gestión privada que pusieron en marcha tanto gobiernos del PSOE como del PP y que han tenido su mayor impacto y visibilidad en los recortes aplicados por la supuesta crisis.
La Plataforma por la defensa de la sanidad pública ha definido muy bien la estrategia de deterior de la sanidad pública en general: no se está privatizando abiertamente, se ha optado por hacer que la sanidad privada PARASITE la sanidad pública.
Con relación a este proceso, se publicó una columna de opinión en el diario Última Hora el 13 de noviembre de 2019, con el título “Participar en Salud”:
La salud no es negocio, el negocio está en la enfermedad. La gente sana no consume medicinas ni servicio sanitario, por tanto no hay nada que sacarle del bolsillo desde este sector. Que haya mucha población sana le interesa al sistema público, aunque solo sea por aquello de reducir el gasto y el déficit. Pero ¿qué pasa cuando la sanidad pública está siendo parasitada por la sanidad privada?
Pasa que el interés por la salud se convierte en interés por la enfermedad, también desde lo público; pasa que la saturación de servicios, las listas de espera, la no contratación de personal sanitario, se ponen al servicio de empresas sanitarias privadas, a través de conciertos, externalizaciones y derivación de lista de espera, por no hablar ya del gasto farmacéutico y todo lo que hay detrás. Para que esto ocurra hace falta la complicidad de políticos y profesionales de la sanidad pública, hace falta una ciudadanía desinformada, desorganizada, desmovilizada e inconsciente de lo que supone que la deriven a un hospital privado, o consciente pero necesitada de atención.
Porque este tema hay que abordarlo desde la salud y no desde la enfermedad. Hay que abordarlo políticamente y desde colectivos vecinales, profesionales y otras organizaciones para crear conciencia de que nuestra salud depende de nosotros mismos, que no la podemos delegar y que no podemos dejar que nos muten la sanidad pública, al servicio de la salud, para ponerla al servicio del negocio privado de la enfermedad. Nos va en ello la vida.
La pandemia está teniendo una incidencia fundamental sobre este modelo en construcción, por un lado, deja en evidencia las debilidades del sistema sanitario, el efecto de los recortes, por otro lado, contribuye a aumentar esas debilidades, especialmente en atención primaria.
Se ha puesto la asistencia hospitalaria en el centro de la sanidad, dejando la atención primaria en un lugar secundario. Esa estrategia lleva inevitablemente, a juicio de los profesionales de la salud, al colapso de todo el sistema, en la medida en que no se cumple con la función preventiva que se ha de gestionar desde la base de la sanidad, desde los centros de atención primaria, actuando a tiempo en las funciones de detección y valoración de casos, para lo que era inevitable incrementar sus recursos humanos y materiales.
Poner en el centro la atención hospitalaria -que no se colapsen las UCIS- responde a un modelo de sanidad reactiva y no preventiva, dejando que sea la enfermedad la que lleve la iniciativa y respondiendo a su propia evolución, sin atajarla ni controlarla. Por eso hemos visto tanta improvisación, tanta confusión y tanto proceder “a salto de mata” y sin criterio.
El colmo de este proceso es culpar a la ciudadanía en general de la mala gestión, agravada aún más por la falta de un centro de coordinación, que lejos de anular la autonomía de los territorios fuera capaz de coordinar sus capacidades, en vez de fomentar las rivalidades partidistas y las peleas de palacio.
Tampoco ha colaborado en nada la falsa dicotomía entre salud o economía, que nos da a elegir entre morir de virus o morir de pobreza. No cabe duda de que hay quien está ganando fortunas y quien está perdiendo hasta la vida. Lo que desde la ciudadanía se ha percibido es confusión y desprotección.
Pero hay alternativa y el movimiento vecinal, como siempre ha hecho, tiene que afrontar la situación desde la crítica y desde la propuesta, porque sabemos qué queremos.
Para empezar, no podemos caer en un nihilismo autodestructivo del “no hay nada que hacer, solo queda la resignación, ni en el individualismo del “salvese quien pueda” al que nos están llevando.
Es importante que prestemos atención a las palabras que se utilizan en los medios de comunicación y repiten constantemente como un martilleo en nuestro cerebro:
- “Nueva normalidad” o vayan acostumbrándose, entre otras cosas, a este nuevo modelo, incluida la atención telefónica 3 días después de que te cojan la llamada que te ha costado conseguir otros 3 días más.
- “Distancia social”: apártese de todo y de todos, hasta de la propia familia, que no es lo mismo que guardar distancia física.
- “Transmisión comunitaria”: si la distancia social se presenta como solución, lo comunitario y colectivo se presenta como contaminante y peligroso.
Sin embargo, la solución es justo la inversa:
- Lo comunitario está justo en el centro de la solución: disponer de un diagnóstico de salud comunitaria en cada territorio supondría saber qué medidas efectivas -no improvisadas- aplicar en cada caso y activar la prevención.
- Lo socialmente organizado, bien coordinado, supone activar recursos para trabajar la prevención y convertir a la comunidad barrio, pueblo o ciudad, en protagonistas de esa misma prevención y no en sujetos pasivos a atender en urgencias cuando ya no hay remedio.
- La proximidad social -manteniendo la distancia física necesaria y otros medidas protectoras- es fundamental, incluso para crear un estado de opinión y de confianza en las medidas que prevenga el desmadre que genera la confusión y el descrédito.
Empecemos a ponerle nombre a lo que queremos: “Diagnóstico de Salud Comunitaria”, como estrategia para reemplazar a la sanidad reactiva, que trabaja desde la enfermedad, en sanidad preventiva, que trabaja desde la salud.
El diagnóstico de salud comunitaria pasa por conocer la comunidad, el territorio y su población: la pirámide de edad, los hábitos culturales, la procedencia, la incidencia de las enfermedades más relevantes, los tipos de vivienda, los niveles de vulnerabilidad económica y social, las profesiones mayoritarias, etc., etc. Pasa también por conocer y coordinar la participación de los diferentes agentes sociales que intervienen en una comunidad: los médicos y sanitarios de los centros de salud de barrio o zona, pero también farmacias, líderes sociales (sean quienes sean, desde presidentes de asociaciones de lo más diverso a párrocos o clérigos de cualquier otra religión, incluso los presidentes de escalera), establecimientos comerciales, gimnasios, centros de ocio, centros educativos, etc. En definitiva, lo que articula e incide, desde la proximidad, en la vida cotidiana de una comunidad.
Pero no se trata de usarlos como mera mano de obra barata, al servicio de órdenes institucionales o para legitimarlas. No se trata de convertir en sanitarios a la peluquera ni al maestro, se trata de escuchar y recoger la valiosa información que aportan, porque ellos y no otra cosa es la comunidad. Se trata de crear espacios en los que escuchen a profesionales y otros sectores que les ayuden a formarse una visión global que les permita ser creadores de opinión y hábitos saludables, Para que puedan escuchar a otros sectores y formarse una visión global de la situación
¿Por qué no se pone en marcha este proceso de salud comunitaria?
- Porque, como ya hemos dicho, la salud no es negocio, el negocio es la enfermedad y proteger al salud choca frontalmente con las estrategias de lobbys de negocio muy poderosos a cuyo servicio se posicionan o sucumben las instituciones.
- Porque una comunidad que adquiere consciencia de su propia capacidad y se organiza siempre es peligrosa para el sistema político de dominación, ya que pone en cuestión la mala gestión institucional y el abuso que supone el negocio de la enfermedad y tiende a buscar alternativas
Coordinar recursos frente al virus no es comprar mascarillas y hacer unos cuantos tests y mucho menos confinar barrios densos o empobrecidos. Tampoco es contratar gente para la ocasión, a bajo precio, venidos de cualquier parte y mucho menos pedir que los rastreadores sean voluntarios.
Coordinar recursos es, fundamentalmente, coordinar agentes de salud con incidencia en la comunidad, es establecer espacios de participación, dejar de ser pacientes potencialmente enfermos con paciencia infinita y acrítica para ser agentes activos en defensa de la salud.
Las instituciones no van a poner en marcha ni un diagnóstico de salud comunitaria ni un plan estratégico de intervención comunitaria frente a la pandemia. Si nos acercamos a ese objetivo será producto de una lucha vecinal, como en su día lo fue conseguir la construcción y dotación de los centros de salud de los barrios.
Hay que tomar la iniciativa y verlo como un proceso. En estos momentos, dónde sea posible, es más que conveniente:
- conectar con el centro de salud y apoyarse en los profesionales que sean más sensibles a la participación ciudadana;
- conocer y seguir su situación, los medios de que disponen y las carencias que sufren y sus causas, haciendo un seguimiento de las medidas institucionales que se están aplicando… ;
- establecer, en la medida de lo posible espacios estables de encuentro y comunicación, de coordinación y participación si se puede llegar a ese punto;
- trasladar información y conocimiento a la comunidad, a los sectores sobre los que podamos incidir, fomentando hábitos de responsabilidad social y valor comunitario;
- fomentar y abrir la participación de otros agentes comunitarios a este proceso.
En el ámbito de ciudad, como Federación de Asociaciones de Vecinos, estamos participando en la Plataforma por la Defensa de la Sanidad Pública, desde donde podemos hacer un trabajo importante de dinamizar la participación de los barrios, cohesionado experiencias, aportando información sistematizada y exigiendo la creación de espacios de participación en los centros de salud de los barrios y diagnósticos de salud comunitaria, además de decir NO, con mayúsculas, a la nueva normalidad.
40 años después, es necesario volver la mirar cara a cara la atención a nuestra salud. Ya tenemos los edificios y los profesionales que en su día queríamos conseguir ahora hay que luchar por el modelo de atención sanitaria y, sobre todo, por el modelo de defensa de la salud que queremos, afrontando el reto de conquistas una nueva normalidad, la que nosotros necesitamos.
NO ES MOMENTO DE RENDIRSE NI DE DESPISTARSE – NOS VA LA VIDA EN ELLO